miércoles, 22 de abril de 2009


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La partida

Todo se había perdido, ya nada podían hacer. Aquél fatídico Martes las calles de Constantinopla amanecían tristes, desesperadas, llorando la pérdida de la corona romana que había llevado mil años.
Sofía e Irene estaban ya fuera de la perdida ciudad, en la que el Sultán había entrado.
La noche de la batalla, las dos fueron conducidas por diez soldados vestidos de paisanos y dos sacerdotes por unos túneles subterráneos que comunicaban el palacio con el puerto. Allí se encontraban esperando a que todo se calmase para poder partir en la nave que, como había dispuesto el Emperador las llevaría a Venecia.
Irene se había negado en rotundo a partir de su amada ciudad, pero comprendió que ahora la Corona estaba en sus manos y que debía salvarla. Con su padre había muerto el Imperio, pero ella ahora era la depositaria de la dignidad imperial y eso no se debía perder.Allí permanecieron dos días, al final de los mismos, las recogió la referida embarcación a las tres de la madrugada.